Me gusta la noche. Pero no la noche bulliciosa del centro
de la ciudad, atestado de vehículos ruidosos haciendo sonar el claxon, con la
gente apelotonada en los bares de música a todo trapo. Esa noche donde la gente
se habla a voz en grito, ríe en estruendosas carcajadas y resuenan los tacones
en un ajetreado caminar. Allí donde apenas si te oyes tus propios pensamientos.
Me gusta la noche de mi casa, en el barrio a las afueras,
cerca del campo y lejos de tal algarabía, un lugar apartado, donde apenas circulan
coches. El silencio lo rodea todo. Quizá, de cuando en cuando, el sonido de
algún grillo que hace “cric-cric” en la lejanía. O el compás reposado de mi
respiración. La tranquilidad campa a sus anchas en el ambiente y hace que la
agitación del día a día caiga en el olvido.
Cuando llego a mi hogar,
después de una agotadora jornada de trabajo, tras la cena y un relajante baño
reparador, nada me resulta más apetecible que salir a mi pequeño balcón. Con
una cerveza fría en una mano y un cigarrillo en la otra, me siento a contemplar
el cielo, no sin antes ponerme una chaqueta, que a esta altura el aire siempre
es fresco. Primero hago balance de lo acontecido a lo largo de las horas
anteriores. Intento descargar mis frustraciones y esbozar una solución a los errores
que haya podido cometer pero también me felicito por mis aciertos. A
continuación mi mente se desocupa y a medida que pasa el tiempo veo como las
luces de los edificios cercanos se van apagando una tras otra, poco a poco. La
gente se retira a descansar. Los padres arropan a los niños en sus camas y les
desean buenas noches. El estudiante del piso de enfrente se prepara para una
larga noche de estudio rodeado de apuntes y con la cafetera a mano. Y su vecino
de puerta se prepara para salir a enfrentar una vez más su trabajo de
vigilante. El silencio cada vez es más notorio. Y respiro hondo, empapándome de
esa sensación de paz por dentro y por fuera.
Tras un montón de horas rodeada
de ruido de motores, timbres de teléfono, gente gritando con los nervios a flor
de piel, en la vorágine de la vida en la gran ciudad… este se convierte en el
mejor momento del día, el momento del silencio. Alguna noche incluso, descubro
alguna estrella en el firmamento.
Texto: Geno Mesa
Foto: Geno Mesa
7 gotitas:
precioso relato, al igual que la foto. yo también hago fotos a la luna, jeje. además coincido contigo en la magia que tiene la noche en los lugares tranquilos...
A mí cada vez me gusta más el silencio en la noche para poder escuchar los sonidos de la naturaleza. Ese "cric-cric" que mencionas, el rumor de las olas, la lluvia empapando los cristales... Lo has descrito todo tan bien que me ha parecido estar viéndolo. Precioso, Geno ;) Besos.
Muy bonito, y sobretodo muy bien descrito, me ha gustado mucho. Me ha recordado a los días y las noches en la casa del pueblo. Bueno, en esta ciudad en la que vivo ahora, será por cigarras y por grillos... Llevan sonando todo el verano!! Jajajaja.
Lo dicho, que muy chulo.
Muchas gracias. Me alegro que os haya gustado. Eso me da ánimos para seguir rescatando relatos y ¡quien sabe! si escribir alguno más
Me encanta tu relato, a mi me pasa igual, me enanta salir al balco a mirar las estrellas, a disfrutar de la tranquilidad de la noche.
Gracias, Bertha, me alegro que te guste XDDD
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