Una semana más participé en el certamen de escritura de Ánima Fábula cuyo tema fue "Laberinto de lana":
Estaba claro que su vida no pasaba por su mejor momento. Su trabajo pendía de un hilo, acababa de romper con su pareja y, debido a la crisis, a sus padres no les había quedado más remedio que poner a la venta la casa del pueblo, aquella casa en la que había sido tan feliz verano tras verano. Para colmo, su madre tenía tal disgusto que no se veía con fuerzas para sacar de la que había sido la vivienda de su infancia y parte de su juventud, los efectos personales que allí pudieran quedar. Así que le había tocado a ella, y en esa tarea se hallaba, vaciando el armario de la habitación de sus abuelos.
Repartía las cosas en varios montones: para guardar, para tirar o para regalar, agradeciendo en el fondo haber encontrado una tarea que la mantuviera distraída y alejara todos los problemas de su pensamiento aunque solo fuera por unas horas, a sabiendas de que cuando regresara no habrían desaparecido.
De repente algo le llamó la atención, algo que conocía perfectamente, algo que su abuela siempre llevaba con ella: la bolsa roja de las lanas. Y es que la señora era una tejedora empedernida, a veces con gran éxito en sus creaciones y otras… en fin, otras no tanto.
Abrió la bolsa expectante y su cara se llenó de alegría cuando descubrió que estaba llena de aquella materia prima que tras pasar por las agujas y las manos habilidosas de la yaya se convertía en prendas invernales para toda la familia.
Metida en aquel laberinto de lana, fue rememorando muchos momentos que habían quedado relegados a un rincón oculto de la memoria y es que cada hebra y cada color estaba unido a un recuerdo muy especial, como el de aquellos guantes que solo se ponía cuando su abuela la visitaba en la ciudad porque picaban que era un primor y le dejaban las manos llenas de granitos; o aquellos calcetines que adoraba poner en las frías noches de invierno, tanto que incluso se metía con ellos bajo las sábanas.
Cuando al fondo del armario vislumbró el estuche de agujas y ganchillos lo tuvo claro o, al menos, tuvo la sensación de que algo importante acababa de suceder aunque aún no hubieran encajado perfectamente todas las piezas. Pero una cosa sí supo, no podía perder tiempo en desempolvar las enseñanzas que sobre punto su abuela le había trasmitido y, sobre todo, en perfeccionarlas. Quién sabe, ahí podía estar su futuro…
Geno Mesa (21/06/2015)