Turismo gastronómico

Cuando se viaja a una tierra famosa entre otras cosas por lo bien que se come, como fue este caso, lo menos que puede hacer cada visitante es experimentarlo en sus propias carnes (o paladar en este caso) para comprobarlo. Así que entre nuestros objetivos vacacionales estaba el de probar las excelencias de la cocina gallega.

Empezamos por el pulpo, nuestro fiel compañero ya que no hubo un día que no nos metiéramos una racioncilla entre pecho y espalda. Uno un poquito más blando, otro más duro, uno más picante, otro menos, pero siempre delicioso.

Tampoco podíamos dejar de probar otros productos marinos como navajas, mejillones, zamburiñas o vieiras. Nos resultó chocante que en la mayoría de los sitios en los que pedimos mejillones a la vinagreta nos los sirvieran en plan ensalada, sin las cáscaras porque aquí estamos acostumbradas a que vengan con ella y también que la salsa de unas zamburiñas a la marinera llevara tomate (no, no son las de la foto, esas son al ajillo)

Pero no solo del mar viven los gallegos y también nos deleitamos con otros platos como el caldo gallego, la empanada y el churrasco de ternera.

Y aunque no fuera época, que les llega por el verano, otro de los platos que más degustamos fueron los pimientos del Padrón. Sí, sí, esos que unos pican y otros no, que al no estar en su apogeo, pues no picaban pero estaban muy ricos también.

Todo ello por supuesto, regado en su mayor parte con albariño pero también en ocasiones con ribeiro, unos suaves vinos blancos con denominación de origen puramente gallega. No, no bebimos sidra y no fue porque no la tuvieramos cerca, que en el mismo hostal donde nos alojábamos en Portonovo la había pero cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa.

Por suerte, después de cada comilona de estas nos dedicábamos a caminar y caminar porque los atracones que nos dimos fueron de órdago, jajajajja.