A veces escribo cartas... (y III)

Es entonces cuando Juanito vislumbra a lo lejos la cartera de Jonás y, ansioso como estaba de descubrir la verdad, no puede esperar a que éste llegue a su altura, y se dirige raudo y veloz hacia él. Cual será su sorpresa cuando lo ve hablando con Doreen en actitud más que sospechosa.

- ¿Se puede saber que pasa aquí?

Jonás le mira sin saber a qué se refiere pero Doreen se queda paralizada, blanca de la impresión ¡No podía creer que la hubiesen pillado y, encima, Juanito!

Esther, que llega en ese momento lo ve todo claro en cuanto descubre a su peor amiga

- Cómo no imaginé que tú tendrías algo que ver...

- ¿Qué? ¿Pero de qué hablas? Anda, Pecosa, vete al lavarte el pelo y deja que yo le dé a Juanito la bienvenida que se merece.

Pero Juanito está muy ocupado. Ha arrinconado a Jonás contra la pared y, agarrándolo del cuello, le obliga a contarlo todo.

Juanito no da crédito a lo que oye aunque para Esther no queda duda. Toda la vida Doreen se ha interpuesto entre ellos dos y ahora no iba a ser menos.

Después de desahogarse con Jonás y darle su merecido Juanito se volvió hacia Doreen. Solo la mirada de desprecio que le dirigió fue suficiente castigo para la muchacha y, por si aún no lo tenía claro, la convenció de que lo había perdido para siempre. Pero lo más humillante para ella fue tener que rebajarse ante Esther, pedirle disculpas y devolverle una a una cada carta de la que se había apropiado y leído fantaseando con que todas aquellas cosas se las decía a ella...