Víspera de Todos Los Santos. Halloween, como había dado
ahora todo el mundo en llamarlo. Que manía les había entrado en este país por
adoptar celebraciones y festejos del otro lado del Atlántico ¡Cómo si aquí no
hubiera bastantes fiestas, ferias y mercados! Hace años, allí, en el pueblo en
el que yo vivía, estos eran días de respeto y recogimiento. Nada de bailar y
emborracharse. La gente iba a misa y rezaba por sus difuntos a la par que los
visitaba en el cementerio, cosa que quizás no repitiera en el resto del año.
Pero ese día sí, ese día no podían faltar a la cita. Las tumbas brillaban como
nunca y el cementerio se adornaba de flores por los cuatro costados.

Y ahora aquí me tenéis, intentando enfundarme en un traje
de sexy-vampira dispuesta a chuparle la sangre al primero que se cruce en mi
camino. La sangre… o lo que haga falta.
Si me viera mi abuela con lo católica, apostólica y romana
que ella era. Aunque, quien sabe, quizás me estuviera viendo ¿No es esta la
noche en que los espíritus vagan y las almas se liberan?
En mi favor he de decir que los primeros años que pasé en
la gran ciudad me resistí a salir en esta fecha. Me parecía una falta de
respeto. Pero entonces… aquel año… cientos de escalofríos me recorren el cuerpo
solo de recordarlo. No sé que pensar al respecto porque era demasiado real para
ser una pesadilla y demasiado tétrico como para ser real. Y es que mi
habitación, de repente, se llenó de presencias extrañas que habían decidido
celebrar allí su aquelarre. Empecé a sentir mucho frío pero un frío helado, del
que te entumece los miembros. Y esos extraños sonidos, palabras en una lengua
desconocida y con trazas de muy antigua.

Y no conseguí abrir los ojos por mucho que lo intenté; y no
encontraba el interruptor de la luz por muchos esfuerzos que hiciera; y noté respiraciones en mi oído, y manos que me tocaban, cuerpos que se acomodaban al mío,
y quería gritar pero no podía…
Con el corazón desbocado y empapada en sudor me incorporé en la cama y todo volvió a la normalidad. Encendí la luz y mi cuarto estaba exactamente
como lo dejé en el momento de acostarme, salvo por un par de pequeños detalles:
un olor a azufre en el ambiente y el crucifijo de mi pared que colgaba boca
abajo.

Tardé muchos días en poder dormir una noche completa. En
cuanto caía en brazos de Morfeo, volvía a revivir aquella experiencia nada
agradable. Por eso había decidido no pasar otra noche de víspera de Todos Los
Santos en aquella habitación, no sea que a las almas atormentadas les diera por
repetir el lugar de la cita.
Geno Mesa
Ilustraciones: de la red