Me declaro una auténtica nulidad en cuestión de cremalleras y no me refiero a coserlas (que también, jejeje), sino a subirlas y bajarlas. Las que cierran la bragueta de mi pantalón no suelen causarme problemas, así como tampoco las de mis bolsos, neceseres o carteras. Y os preguntareis, entonces ¿qué te causa tanto desasosiego? Os lo explicaré. Las cremalleras que me hacen sentir como una criatura de infantil a la que están enseñando a vestirse en la guardería son las de las chaquetas, abrigos y demás, esas que hay que enganchar en su inicio y tirar de la lengueta para abrocharlas. ¿El problema? Es casi imposible que consiga acertar a la primera y, una vez enganchada o bien se desengancha, o está torcida o, algo muy frecuente, pellizca la tela que la rodea y se atasca.
Pero las que de verdad crispan mis nervios y acaban con mi paciencia, son las dobles ¿Sabeis a cuales me refiero? Una va cerrando a la par que subes y la siguiente abre. Me cuesta un trabajo enorme conseguir engancharlas las dos a la vez y una vez conseguido (¡milagro, milagro!) nunca está bien a la primera: o se desengancha alguna de las dos, o no coinciden bien los ganchitos o ¡como no! se empeña en arrastrar con ella la tela de alrededor. No es de extrañar que en desplazamientos cortos, cuando consigo abrochar la cremallera de mi abrigo, ya hemos llegado a nuestro destino y toca desabrochar ota vez.
Huelga decir que, a pesar de todo esto, la mayoría de mis chaquetas y abrigos abrochan con una cremallera y, por supuesto, doble, pero aún así no consigo hacerme con ellas. En el momento en el que compro alguna prenda de estas el pequeño inconveniente de la cremallera no me importa pero cuando comienzan mis luchas juro y perjuro que nunca más, que a partir de entonces, solo botones en mi armario, pero es inevitable que vuelva a caer.
Pero las que de verdad crispan mis nervios y acaban con mi paciencia, son las dobles ¿Sabeis a cuales me refiero? Una va cerrando a la par que subes y la siguiente abre. Me cuesta un trabajo enorme conseguir engancharlas las dos a la vez y una vez conseguido (¡milagro, milagro!) nunca está bien a la primera: o se desengancha alguna de las dos, o no coinciden bien los ganchitos o ¡como no! se empeña en arrastrar con ella la tela de alrededor. No es de extrañar que en desplazamientos cortos, cuando consigo abrochar la cremallera de mi abrigo, ya hemos llegado a nuestro destino y toca desabrochar ota vez.
Huelga decir que, a pesar de todo esto, la mayoría de mis chaquetas y abrigos abrochan con una cremallera y, por supuesto, doble, pero aún así no consigo hacerme con ellas. En el momento en el que compro alguna prenda de estas el pequeño inconveniente de la cremallera no me importa pero cuando comienzan mis luchas juro y perjuro que nunca más, que a partir de entonces, solo botones en mi armario, pero es inevitable que vuelva a caer.
Ciao
1 gotitas:
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