Ahí estaba otra vez, como todos los
días, ese maldito coche aparcado en el paso de peatones, delante de la rampa
más cercana ¡que rabia! Probablemente a la mayoría de los ciudadanos no le
importase mucho pero para ella, que dependía de su silla de ruedas aquello
dificultaba sus desplazamientos totalmente. Pero no había nada que hacer. Don
Aurelio se creía el dueño del barrio y había convencido a todo el mundo de que
era así, por lo que hacía lo que le venía en gana sin que nadie le pusiera
impedimentos ¿De qué le servía que las calles no impusieran barreras
arquitectónicas si las imponían los ciudadanos?

Pero ella no estaba dispuesta a consentirlo. Si todas sus llamadas a la policía
para que le retiraran el coche de su paso habían sido en vano, de alguna otra
manera conseguiría mantener aquel acceso libre.

Un día le apareció el retrovisor roto, al siguiente la puerta rayada y al otro
una rueda pinchada. Así hasta que el ricachón optó por aparcar su coche en otro
lugar. Por supuesto Don Aurelio puso el grito en el cielo pero nadie le supo
dar razón de lo que había sucedido ni de quien podía ser el causante de tales
desaguisados… nadie supo o nadie quiso… De todas maneras ¿quién iba a creerse
que la pobrecita inválida que cada día pasaba por allí en su silla de ruedas
iba a ser capaz de tal vandalismo?
Texto: Geno Mesa
Imágenes: de la red