Erase una vez una marioneta llamada Lita. Lita vivía en el escaparate de la Juguetería de Manolo. Era una tiendecita pequeña en el centro del barrio antiguo de una gran ciudad. Lita estaba fabricada totalmente de madera con su pelo pintado de negro y sus grandes ojos azules, un par de rojos coloretes que le daban alegría así como sus rojos labios. Llevaba un vestido con puntillas del color azul de sus ojos y unos pequeños zapatitos negros con una hebilla reluciente. De sus piernas y brazos salían unos finos hilos blancos que terminaban en unas piezas de madera pirograbadas. No se podía negar que era toda una obra de arte hecha a mano en su totalidad.
Lita era feliz en el escaparate de Manolo, viendo a la gente que paseaba por la calle. Normalmente estaba sentada junto al payaso Esteban y al soldadito de plomo Arturo. También había alguna que otra muñeca por allí: una bailarina, una princesa… pero esas solían estar poco tiempo. Enseguida alguna niña pegaba su nariz al cristal mirándolas fijamente, se giraban hacia la persona que las acompañaba, bien fuera mamá, papá o cualquiera de los abuelitos y con la mejor de sus sonrisas preguntaba si se la podían llevar a casa. Raramente se negaban. A Lita nunca le había pasado algo así. Ningún niño se fijaba en ella. Pero no le importaba.
Hace unos años Lita formaba parte de un pequeño teatro de marionetas ambulante propiedad de Don Justo y Doña Toña. Recorrían el país de pueblo en pueblo y daban actuaciones. Junto a ella viajaban la Bruja Piruja, el Lobo Romualdo y el joven Valiente. Con diferentes caracterizaciones y voces eran capaces de representar varios cuentos que hacían las delicias de los niños y mayores que se acercaban hasta la plaza del pueblo al que llegaran. El cuento preferido de Lita era el de “Pinocho”. No podía imaginar como sería convertirse en una niña de verdad. Pero también disfrutaba mucho convirtiéndose en Caperucita Roja o la Bella Durmiente. No recordaba qué había sido de sus compañeros, quizá se habían roto o quizá alguien los había comprado. De lo que estaba segura era de que habían llegado todos juntos a las manos de Manolo, el juguetero, y que durante un tiempo ellos habían sido la decoración de aquel pequeño escaparate. Tampoco recordaba exactamente si se habían ido todos a la vez o habían desaparecido de su lado de uno en uno. Solo que un día aparecieron el soldado y el payaso y, desde ese momento, ellos se habían convertido en su familia.
8 gotitas:
Qué bonito, Geno, pero espero que continúe ¿verdad?
Bsss
Cloti
Mi niño dice que cómo sigue??? (Yo también).
Geno, es precioso este cuento!!!
Por Dios, continúalo!
seguro que algún día llegaría alguien que supiera apreciar esa marioneta. además, al ver un juguete antiguo, uno se imagina que habrá dado muchas vueltas y habrá estado en muchos sitios. y en el caso de esa marioneta con una carrera interpretativa tan amplia, era bien cierto.
muy bonito relato, geno.
Gracias! Me alegro que os guste. Y vale, vale a ver si se me ocurre alguna bonita manera de seguirlo (pero porque me lo pide tu niño, Blas, que conste XDDDD)
Esperamos ansiosos la continuación...
El relato me ha gustado mucho, pero digo yo que esa marioneta tenía como poca memoria... ¿no? Igual era por tener la cabeza hecha de madera, o peor... llena de serrín. ^^
Hola
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Katty.
Con tanta petición, no puedo más que estar en ello, Shirat, pero tendreis que esperar a que vuelva de las vecaciones XDDD
O es que ya era tan mayor que se le iban los recuerdos, Zelgadiss, aunque la opción del serrín es muy válida XDD
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